lunes, 15 de diciembre de 2014

UN PAN CON GUAYABA, LA VIDA

-- UN PAN CON GUAYABA, LA VIDA... (*)
Por Jorge C. Oliva Espinosa

Increíblemente, las tundas recibidas en mis broncas infantiles, me
habían dotado de una gran resistencia. Cierto que ahora los golpes
eran propinados por bestias con aspecto de hombres, pero a mí me
sucedía lo que a esos boxeadores que han desarrollado lo que llaman
"poder de asimilación". Por lo general, el dolor aparecía al otro día,
pero no en el momento en que me pegaban. Eso me trajo problemas; los
esbirros, al ver que no me quejaba, se extremaban conmigo y tomaban mi
resistencia como una bravuconada desafiante: "¡Eh, pero miren al
flaquito este, es guapetón!" Decían admirados de mi reacción y me
premiaban con golpes adicionales.
No podré olvidar nunca la paliza que recibí aquella vez. Habíamos sido
detenidos frente al cementerio de Colón y conducidos al siniestro Buró
de Investigaciones a la entrada del puente que une al Vedado con el
reparto Kholy y Marianao. Desde que nos bajaron en el lugar, mis
compañeros y yo recibimos una lluvia de golpes, pero como yo no me
quejaba ni me caía, me dieron especial atención. Fui separado de los
demás y conducido a un calabozo del sótano, donde había un
desconocido. Nunca conocí su nombre, pues tenía la boca hinchada, sin
dientes y apenas podía hablar. Aquellos monstruos se habían ensañado
con él y ya no era más que un guiñapo humano. Que me hubieran tirado
en su misma celda, era un mensaje siniestro que me enviaban: me harían
lo mismo y me convertirían en un amasijo de carnes ensangrentadas.
Y comenzó la tortura de una espera de algo terrible, que sobrevendría
ineludiblemente; ya debía ser de noche o quizás madrugada, cuando un
guardia me llamó: "Esto es para ti, cómetelo", dijo con una sonrisa
cínica, mientras me extendía a través de la reja, un pan con guayaba.
Era solo un pan con guayaba, uno solo y allí éramos dos los detenidos.
En un principio, pensé rehusar aquel obsequio pero, desestimé la idea
y exigí otro para mi compañero de infortunio. La respuesta fue
lacónica y cruel: "Ese ya no lo necesita". Yo tenía el estómago
estragado, pero decidí que al otro le hacía más falta que a mí, quizás
le ayudaría a recuperar algo de energía. Cuando me le acerqué para
ofrecerle el bocado, hizo un acopio de fuerzas y me susurró: "Cómelo
tú... que no hayan traído para mí, significa que esta noche me matarán...
Ellos no hacen nada por gusto..." Fue todo lo que pudo balbucear, a
intervalos, haciendo un gran esfuerzo.
Poco tiempo después, tres sicarios se llevaron, a rastras, su cuerpo
casi inanimado. Me pareció que, en el último instante, me dedicaba una
mirada vidriosa, como despedida. Aquellos ojos me trasmitieron su
profunda convicción: había que continuar la lucha, no había otras
alternativas que la victoria o la muerte. Nunca supe su nombre, ni su
destino final. Es muy probable que aquella madrugada hubiera ascendido
al panteón de los mártires y que su cadáver cribado de balazos
amaneciera en una de nuestras calles. Desde entonces, un pan con
guayaba, ese bocadillo tan común, socorrido y nuestro, me trae un
significado, una terrible reminiscencia que otros no pueden imaginar.

Desde Regla,
Ayer, "La Sierra Chiquita"; ayer, hoy y siempre, bastión de rebelde cubanía.
Diciembre 15 de 2014.
(*) Este relato forma parte de "Memorias de un combatiente", donde
recogí episodios de la lucha clandestina (1952-1958).
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De la Revolución iniciada en 1868 y aún inconclusa, soy hijo; a ella me
debo.

Jorge C. Oliva Espinosa. Cubano, nieto de mambises, sobreviviente.
http://jorgecolivaespinosa.blogspot.com
jorgecoliva@gmail.com

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